Carné de conducir

No tengo carné de conducir. Soy una de las pocas personas que conozco que no lo tienen. Cuando cumplí los dieciocho años me apunté a una autoescuela con el fin de sacarlo pero, por unas razones o por otras, lo fui dejando y hasta hoy.
Existe una presión social contra la gente que no tenemos el permiso que comienza siempre en el ámbito familiar. Pocos padres entienden que un hijo (y más si es varón, las cosas son así, no lo he inventado yo) no lo tenga, porque siempre será necesario en algún momento de su vida, la del hijo: "aunque no lo uses, por si acaso", es una frase muy escuchada. El círculo de amigos continúa la labor empezada en casa, usando incluso la citada frase y aliñándola en numerosas ocasiones con bromas y chascarrillos. Por fin, es uno mismo el que se da cuenta con su propia lucidez que no estaría mal tenerlo, por si acaso, un día, no vaya a ocurrir algo y todo eso. Pero luego no.
Vienen luego los intentos de justificarse: que no lo necesitamos realmente; que hay mucha gente que no lo tiene; la tontería de no ser del montón. Incluso algunos creamos un club imaginario de "no conductores" al que pertenecen miembros ilustres con Joaquín Sabina, Bardem o Fernán Gómez, que sólo producen una sonrisa complaciente entre los agentes de presión antes citados.
No tengo carné de conducir, pero he decidido solucinarlo de una vez por todas. Ya podré moverme con libertad, ir de un lado para otro sin problemas y con autonomía. Ya no tendré que usar los transportes públicos. Ya tengo moto.