BLOGATELAS

Weblog, fotolog y podcast de Pablo Moro. O lo que es lo mismo, donde pongo mis "blogatelas"

martes, marzo 20, 2007

El silencio de la cabina

Hoy he tenido la peor experiencia aérea de mi vida. No viajo demasiado en avión, y algunos que sí lo hagáis me llamaréis exagerado, pero tampoco era la primera, ni la segunda, ni la tercera, ni la cuarta vez que lo hacía y nunca me había ocurrido algo semejante. Os cuento: el momento del despegue cuando viajas en avión suele ser el más intenso y, por ende, el que mayor incertidumbre y temor despierta (si todo va bien, como sabéis, también suele ser el más bonito). Es el momento en el que el comandante envía esos mensajes difíciles de descifrar para mi inglés “nivel usuario”, los asiduos continúan leyendo sus revistas y algunos, como el tipo de al lado del otro día, se santiguan. Cuando el “pájaro de acero” se prepara ya no hay vuelta atrás.
Esta mañana había viento en Madrid, aunque eso lo supe después. El avión cogió velocidad y se notaba un movimiento inusual. Enseguida se levantó y comenzó su ascensión. Pero a los pocos segundos de emprender el vuelo comencé a sentir cómo se movía bruscamente. No eran sólo las típicas turbulencias como de baches en el aire, que también, sino fuertes movimientos hacia arriba y hacia abajo. El piloto giraba el avión a un lado y al otro tratando de esquivar el viento, supuse, y por un momento me sentí como en “Aeropuerto” o alguna película de catástrofes setenteras. Algunos gritaban y todos nos agarrábamos al asiento mirándonos entre el miedo y la incredulidad. Fueron apenas cuatro minutos, pero os aseguro que cuatro de los minutos más largos de mi vida. Sólo la sonrisa final de las azafatas y el simpático timbre que permite desabrocharse el cinturón de seguridad trajeron la calma a la cabina. Esta vez, el pasajero de al lado, que no se había santiguado, me dijo con acento británico: “me parece que bus o tren son para mí”.
El viaje continuó con toda la tranquilidad posible tras un despegue semejante, alerta con ciertas turbulencias que, esta vez sí, eran normales. Pero algo cambió cuando el piloto anunció la maniobra de aterrizaje. Casi no lo noté al principio, pero enseguida me dí cuenta de qué se trataba. El silencio, un silencio denso e incómodo, se había apoderado de toda la cabina. Sólo el ruido de los motores del avión lo interrumpía continuadamente. Otra vez unos minutos. Otra vez minutos largos. Por un momento, encerrados en aquella prisión voladora, todos olvidamos el trabajo, las hipotecas, los favores pendientes, los problemas cotidianos. Podéis reíros pero yo lo hice: cerré los ojos y pensé en la gente que quería. Visto ahora suena muy melodramático, pero lo hice y no me arrepiento. Y pondría la mano en el fuego por que no fui el único.
Aquellos últimos minutos de vuelo, mientras todos mirababamos en silencio las nubes y el paisaje astur, el silencio nos puso a todos en nuestro sitio. Frente a frente con lo que realmente somos.

3 Comentarios:

A las 1:07 a. m., Anonymous Anónimo escribió...

Puff a mi m paso lago parecido n el viaje d vuelta d Amsterdam y t entiendo perfectamente y en esoso minuto sse t pasa d todo x la cabeza...asiq q no t parezca descabellado :P
Ahora disfruta d la tierrina...

 
A las 4:42 p. m., Anonymous Anónimo escribió...

Buf, habrá que vivir deprisa lo que nos quede.

Bueno, NY bien merece un susto, ¿no?

 
A las 11:39 p. m., Anonymous Anónimo escribió...

Suscribo las palabras del crápula anterior

 

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